martes, 26 de enero de 2016

La mesa de los locos

Das Narrenschiff, La nave de los necios o Navis stultifera mortalium de Sebastian Brandt  es una obrita burlesca del siglo XV, considerada (en parte) un manual de los buenos modales en la mesa. Al menos de los buenos modales del siglo XV. De esta fuente bebió el Gargantúa y Pantagruel de Rabelais y nada nos cuesta suponer que de algo la conocería también Larra cuando critica la grosería del "castellano viejo" en sus artículos de El pobrecito hablador. 
El Bosco tiene su propia visión pictórica de la Nave de los necios, que se suele llamar "de los locos", en la que precisamente representa una mesa en la que unos se afanan por comer y otros por no dejar que coman,( no voy a entrar en mayores análisis, aunque por supuesto los hay). Como todavía estamos en el siglo XV, no supone mucho problema la colocación de cada cubierto en la mesa, puesto que cada uno porta el suyo, si lo tuviere, y como mucho habrá de cuidarse de no herir con su cuchillo desenvainado -summum de la finura-- al comensal vecino.
La cuestión de los cubiertos y su uso es y  ha sido objeto de discusión ardiente  y cuenta con manuales propios, en los que cada especialista vierte sus propuestas y recoge o refuta anteriores tradiciones. Lo de la discusión lo digo por propia experiencia, porque es un tema sobre el que he tenido más de una conversación, y os aseguro que el tono iba subiendo al tiempo que las posturas distaban de relajarse, lo cual es peligroso cuando se cuenta con cuchillos y tenedores tan a mano. Concretamente el cuchillo a la derecha y el tenedor a la izquierda, que quede claro.
Aunque cada restaurante y cada casa sigue su propia disciplina, en Europa se establecieron --a partir del XIX especialmente--  distintos tipos de servicio clásico: a la inglesa, en el que el anfitrión trincha y el camarero distribuye idénticas raciones; a la francesa, en el que cada comensal elige su ración (-¿Qué tomará el caballero? -Pechuga, gracias. -Umm (poniéndose colorada) aquí solemos llamarle "carne blanca"; la anécdota sigue, pero no viene a cuento, así que dejemos a Churchill con sus delicadezas); a la rusa, con la pieza entera presentada en gueridón (esa mesita auxiliar en la que se trincha con gran exhibición de habilidad) y más modernamente, a la americana (cada comensal recibe su ración que ya llega emplatada de cocina --el ritmo es mejor que lo marque la cocina; eso recomienda Sandra, la jefa de sala del Pandemonium y yo no puedo decir más que amén--) en la que, para llevar la contraria o para hacer la cosa más cómoda a todos --los norteamericanos, ya se sabe, tan pragmáticos-- se sirve por la izquierda, siempre que el amartelamiento de la pareja (acaban de conocerse,  se nota) o la trona del bebé (estos creo que no, pero nunca se sabe) no impida el paso natural. 
La colocación de los cubiertos al ritmo de llegada de cada plato, el marcado, es más propia de salas modernas, que, con acierto según mi criterio, no quieren apabullar a los comensales con elecciones difíciles, puesto que ya bastante difíciles son las elecciones últimamente.
¿Será ese el tenedor para el caviar o se tomará con cucharilla?, me preguntaba esta tarde ante la imagen de una mesa montada a la rusa, digna de los zares, sin duda, pero mareante de tanto cubierto y complemento: como no tengo pensado visitar a la nobleza de la Europa oriental, creo que puedo seguir viviendo sin saberlo, pero aún así, trataré de averiguarlo.
Aunque disfrute una mesa bien puesta, con su mantel recién --sí, he dicho recién-- planchado,  prefiero de vez en cuando disfrutar en una mesa de locos, con sus cubiertos algo descolocados o sin ellos si se tercia: ¡ay de esos que usan el cuchillo y el tenedor para TODO!, seguro que tienen su círculo del infierno, lleno de canapés por todas partes.



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